domingo, 31 de enero de 2010

ESA VOZ SILENCIOSA






ESA VOZ SILENCIOSA



Quedó a un costado. La línea de su dibujo pareció no haber cambiado cuando llegó conteniendo algunos troncos apretados. Limitaba el espacio con algo de prepotencia. Los pedazos de quebracho colorado, sueltos en su interior, muertos antes de morir de nuevo queriendo escapar seguramente. Mis manos los atrapan, ¿los liberaban? para convertirlos en fuego.
Me miró en silencio largo rato y nunca entendí porque esa debilidad de láminas cruzadas de madera con alambre tenían por un segundo algo parecido a mi piedad. Lo llevé al fondo de las penitencias, al último cuarto dónde queda en suspenso cualquier destino de objetos que parecen inciertos. Ese lugar hace que el imprevisto de algún día les de la posibilidad de convertirlos en un instrumento oportuno o útil.
Intruso en la oscuridad. Los débiles y la fuerza gravitan tanto en cualquier pedazo del día. Lo paré delante de mi esperando en el absurdo un respuesta ante esa fuerza insostenible, casi vanidosa de ostentar fragilidad.
Era un simple cajón de madera, tumba rodante de miserias, corral de basuras, esqueleto portador de alguna necesidad. Y yo tenía el fuego prendido. Y ese mismo fuego que no postergó la paciencia del hombre para aprender, que se hace tibio o arrasador. El mismo que convertía en santos a los pensadores en una parte de la tierra. Hombres y mujeres de fuego devorados por los palos encendidos. El fuego que cuando se tiene en el pecho gravita en cualquier parte del día. Y lo abracé. Lo barnicé de capas color tierra para que nunca muera. Y me mira, vacío, sin comprender.
Mercedes Sáenz