sábado, 29 de agosto de 2020

HUÉSPED QUE NO AVISA

 


HUÉSPED QUE NO AVISA

HUÉSPED QUE NO AVISA




Amanecerás de nuevo,

sin ninguna palabra.

transparente

cómo una lámina de aire que puede doblarse.

cómo un absurdo inútil sin forma.

Impiadosa hacia mí

me miras

con un versículo en un ojo

que mi fe desconoce.

y te miro, tristeza,

cómo un mojado cartón,

una montaña invisible

que no modifica

ninguna escena.

Es un ruego tal vez

que des vuelta la silla,

ya soy testigo de mí

inventando nombre a las fisuras.

Él me ha perdido

pero en cada quebradura

él sigue ahí,

dónde los huesos queman

porque ha mordido el dolor

todo lo blando

sin detenerse, sin distinguir.

Si no te vas, no me mires al menos,

la silla esa es mía.


Mercedes Sáenz


viernes, 21 de agosto de 2020

PUCHA QUE SOMOS SONSOS

 


PUCHA QUE SOMOS SONSOS


El mate al costado del agua

hace larga la tarde

vuelo con las garzas de este río y el sol

quebrado entre sus alas abiertas.

Me sale decir

aunque no sea decirte

pucha que somos sonsos hermano

es una pena

cuando la terquedad y el orgullo

se mezclan antes que cualquier yerba

y se toma a sorbos lentos

como si no existiera el agua pura.


Pucha que somos sonsos

ni lástima ni tristeza

pena, eso es.


SOPLIDO

 

           SOPLIDO


           no buscaba tu primera forma,

           como la astucia del agua y el sediento

           no la sabía,

          Tu soplido en mis párpados

          es despertarse feliz,

          puede no saberse de murciélagos

          (tontos ángeles negros)

          me imaginan amores

          y no es nuevo tu amor.

          como cualquiera

         cualquier día

         por cualquier calle,

        no es nuevo tu amor,

        te amo tanto nuevo

        como ese leve soplido en mis ojos

        en mis vitrales oscuros tatuados por el miedo.


        Mercedes Sáenz


sábado, 15 de agosto de 2020

LÁSTIMA NO, TRISTEZA

El título está sacado de un diálogo de "La Tregua" del inolvidable Mario Benedetti



LÁSTIMA NO, TRISTEZA



Yo pasaba por tus veredas, por la ventana del vidrio del lugar dónde te sentabas, empapada tu mesa de papeles del mundo. Alguna vez con mi vergüenza me invitabas a tomar café a tu mesa para ver cómo iban mis escritos y me dabas aliento y opiniones y yo salía feliz a tratar de hacer lo que en pocos segundos me decías. Otras veces la gente te rodeaba con un zumbido de abejorro rey y las reinas no dejaban ni siquiera que se te viera la cara y tu mano levantaba un saludo para mí que me era el día.
Seguía tus escritos, todos, y trataba de imaginar en que entorno escribías sobre tantas cosas que yo leía sólo por ser tuyas. A veces tratando sólo de entenderte.
La admiración no es poca cosa cuando la paciencia la sostiene. Y podía esperar toda una tarde por un gesto o por una palabra. Y hay un cariño que se cree porque a uno le hace falta, lo contiene y le da fuerza y confianza. Pero la edad es una distancia, cómo la mesa, cómo el horario, cómo las ocupaciones, cómo ser diminutivo ante semejante mayúscula.
Seguís en la misma mesa y yo compro todo lo que escribís y lo leo y también lo guardo.
Sola estoy ahora para escribir lo mío y extraño la mano que hubiera estado sobre mi hombro, el reto ofuscado por un final impreciso de mis historias, la mirada larga de ojos buenos diciendo lo más suave posible por dónde había que corregir. Extraño y creo que eso también es parte de lo que me enseñaste. Es una lástima pensé, pero en realidad lo que sentí es una gran tristeza porque yo vuelvo cada tanto a las mismas mesas y sabía que un día no te encontraría.

Mercedes Sáenz