domingo, 12 de diciembre de 2010

DOMINGO DE LLUVIA

DOMINGO DE LLUVIA


junté unas letras
tempranísimo

a las seis y veinte ya
después del segundo desayuno

llovía sobre mi domingo
y sobre las lomas
y sobre mi río.

junté unas letras
para decirte
aún medio dormido
ya te extraño amor

tan pronto

nada cómo tanto más que eso.

Mercedes Sáenz

domingo, 28 de noviembre de 2010

PERICLES DE ATENAS DE LAURA ELIZALDE



PERICLES DE ATENAS de LAURA ELIZALDE

Muy claro es que nada sé especialmente de las cosas que me apasionan. Por lo tanto voy a escribir esto sin saber absolutamente nada.
Muchos libros leí dos veces en mi vida, de forma inmediata, salteado por partes, por impulsos amigos que me hacen llegar de nuevo a páginas que de alguna manera guardó mi frágil memoria.
Es una necesidad leer dos veces, mi ignorancia apura el diccionario, la impaciencia –ya no es sólo mía, es toda - compite conmigo sin piedad para aquietar las preguntas filo o leves, agudas o esdrújulas que comparten conmigo los libros.
Me apasiona atravesar la oscuridad de un túnel, no importa ni su tiempo ni su largo. Pericles de Atenas de Laura Elizalde es un todo luz, toda luz que no se termina en la contratapa. Persona y personaje claramente definidos en una novela que no da tregua en esa parte de la historia de Grecia que desde siempre se llevó todos mis sentidos.
Hice primero un bosquejo de lo que me importaba en cada capítulo y terminaba el rato o el día con una serie de anotaciones que no hacían otra cosa que repetir lo que ya estaba escrito por Laura Elizalde.
Pericles de Atenas conjuga la maravillosa dualidad de la filosofía, sin perder jamás el hierro y terciopelo que lo sostienen con tanta poesía.
Si es todo lo que fue, no lo sé.
Sí sé que en Pericles de Atenas existen otros millones de colores en el mundo como jamás los había leído.

Mercedes Sáenz

miércoles, 24 de noviembre de 2010

TEMBLAR





TEMBLAR


En un asiento de cemento de esos mudos sin respuesta me senté liviana, creo que por eso me sentí transparente. Era el azúcar en el fondo de una taza de un café incierto, sin cucharas. Era una vez una niña mirando la oscuridad de un hueco. Era la minúscula parte del tallo que no se mira. Era la forma indescifrable, la escurridiza consistencia de lo que no puede retenerse ni con los sentidos.

Siempre veo pasar el gato de un poeta que amo cuándo estoy por decir algo.

¿Alguien contó mis días? ¿Alguien supo de mi? ¿Alguien cantó mis letras?

Nunca tuve una consagración de mi, ni con los miles de sacramentos, por más que haya peregrinado cada noche de lágrimas que duraban un grito.

Siempre veo pasar el gato de un poeta que amo cuándo estoy por decir algo.

Anoche, antes de temblar tres veces, renegué de mi, bajo tu cuerpo y desde tu abrazo.

El gato silencioso de Charly B. pasó cerca cómo el segundo de una caricia. Y por primera vez pude saberme aunque no fuese definitivamente. ■


Mercedes Sáenz

lunes, 15 de noviembre de 2010

PUCHA QUE SOMOS SONSOS

PUCHA QUE SOMOS SONSOS

El mate al costado del agua
hace larga la tarde
vuelo con las garzas de este río y el sol
quebrado entre sus alas abiertas.
Me sale decir
aunque no sea decirte
pucha que somos sonsos hermano
es una pena
cuando la terquedad y el orgullo
se mezclan antes que cualquier yerba
y se toma a sorbos lentos
como si no existiera el agua pura.

Pucha que somos sonsos
ni lástima ni tristeza
pena, eso es.


Mercedes Sáenz

domingo, 26 de septiembre de 2010

LA ÚLTIMA TARDE

LA ÚLTIMA TARDE


Se cruzó de piernas cómo suele hacerlo. Un ruido imperceptible desvió sus ojos, el cigarrillo cómo un insecto pesado voló del cenicero. Lo tomó con las brazas mirando hacia él. Ese lo apagó para siempre.
Se levantó de escribir y salió a despedir y una leve tarde la que se iba húmeda en pasto.
No gravitaban los colores en esos círculos que parecen jugar silbando en el cielo con un resto de luz, no decían nada.
Bueno, hoy nada.
Hoy, las letras se deslizaban por el camino del desconcierto, enfilaban para algún lado para no detenerse en el humo de la pipa con las volutas que suelen hacer poemas sin que nadie les diga.
No sabía cómo, con qué argumentos sostener la última tarde que pensaba escribirle.
Que no se haga silencio por favor, es lo único que pedía mirando al cielo y al piso, frotándose las manos. Buscando algún movimiento que lo detenga un rato, más.
Lo que está debajo de la piel si no se escribe se vuelve grito.
Nunca había conocido una mujer con tanta luz blanca.
Después de haber estado cuatro años en el Uruguay volvió a la Argentina. Con otra cara y otro nombre y con esa esa mujer que en unos minutos saldría del baño vestida de blanco impecable y con una toalla en la cabeza, que sin saberlo ella le había llenado cada hueco del infierno que él había dejado en los campos de detención de los pedazos de hombres que estaban en las cuevas de la dictadura.
Años juntos con la mujer de luz fueron de amor y de lucha-típica y doméstica- en dónde hubo secretos, códigos, felices claves en los ojos incapaces de leerse desde afuera.
Nunca se animó a decírselo a la mujer de luz blanca. Parecía esos hombres que porque sí se sientan en algún banco de plaza a conversar con un anciano.

La única condición que puso para entregarse era que jamás la mujer de luz blanca supiera nada. Entonces decidió no escribirle.
Golpeó la puerta del baño y ella se asomó con una bata impecable y otra toalla blanca también en la cabeza que asomó por la puerta a medio abrir.
- ¿Que? dijo suavemente-
- Sacate la toalla del pelo.
-¿Por?
- Me gusta verte el pelo mojado.
-Ya salgo.
- No, un segundo, ahora, estaba por escribir algo y antes quería verte el pelo.
-Bueno, sonrió y un pelo enredado y húmedo largó sonrió con ella.
- No te apures, ya tengo la imagen que quiero. Ella cerró la puerta con una risa franca que apenas se oyó.
Se dirigió a la puerta de la salida, sintió su trasero húmedo junto a una escuálida sensación de emociones. Ofrenda de consuelo tal vez.
Afuera en un auto lo esperaban tres sobrevivientes de algún pozo negro, de esos en dónde él mismo había cortado la muerte en pedacitos, en dónde más de una vez le pidieron al menos un minuto de respiro antes de que expirar sea la última palabra. La justicia esta vez iba a ser decidida por los que no la tuvieron.
El auto arrancó despacio y silencioso y ya ni siquiera pudo apoyar la cara contra el vidrio, el golpazo aplastó su nariz contra un plástico que empezaba a entibiarse por las primeras gotas de sangre.
Cuándo ella saliera del baño terminaría la última tarde. Nunca sabría la mujer de luz blanca que se entregó a la gente que él tuvo en cautiverio , mientras el pelo empezaba a humedecerse desapareciendo lo último que los ojos le escribieron, inocentemente se sentó al sol que empezó a secarlo en silencio.
MERCEDES SAENZ

miércoles, 1 de septiembre de 2010

EL ÚNICO VOS, EL DE ESOS OJOS






01 septiembre 2010
POEMA PARA EL ÚNICO VOS, EL DE ESOS OJOS

EL ÚNICO VOS, EL DE ESOS OJOS

Los ojos negros se hunden en mí y suelen prenderse con la ternura de una lámpara de aceite tibio titilando bordes de oscuridades, símbolos de derrumbar muros cuándo soy vulnerable a cualquier hora que empieza el alba. Los ojos negros me llevaban por el mundo, por los indios, por los moros, por esa redondez dónde no hay límite de color en la pupilas.
Pero los tuyos son el azul bruto del mar más embravecido y el último celeste de la tarde antes de que se acabe el cielo, antes de girar sobre mis latidos cómo una noria incansable curando mis heridas.
Esa delicia de encontrarme en tu mirada que me hacen volver con la sed de mi propio sudario a empaparme con sólo el rumor del agua tuya.
Esos que me hacen una vez más despertarme con vos y hacer un poema acostado por saber que el sabor del pan sigue siendo el mismo.
Ojos azules, una mañana de estas salpicaré con besos algunos trazos negros detrás de tus pestañas y creeré entonces que estoy dando la vuelta al mundo. Al tuyo y al mío, amor.
Mercedes Sáenz

sábado, 28 de agosto de 2010

SIETE OJOS EN SU LUNA







SIETE OJOS EN SU LUNA




El jardín dormía el pasto blanco de frío. Especula la luz como un viejo trapo sacando lustre apenas por arriba. Hace rato las paredes de la casa hicieron silencio para las hormigas mientras crece verde entre baldosas.
Puntas de pie para mirarse los dientes y el pelo que mucha falta no hace peinarlo. Ignora al perro que atraviesa y deja nomás la puerta abierta. Sale con pantuflas de conejo más grandes que el empeine y envuelve las manos en el camisón. Los ojos algo cansados de mantenerse despierta. A los cuatro años todavía se duerme cuándo se tiene sueño pero no esta noche.
La luna se veía y se paró sobre una silla tropezando un poco con las bocas del conejo. Corrió el pelo para atrás pintando una delicia de coqueteo sin saber. Perfil de niña mirando hacia arriba las velas prendidas tan liviana cómo las sobras huéspedes de esa noche. Ningún contorno quería escapatoria.
Los nombres modernos suenan suaves y se llamaba Abril. Pero así se llamaba.
Bajó a la silla en un sólo movimiento de pincel sin tocar el suelo. Sacó del bolsillo dos tacitas que prolongan besos del color de los corales, dos cucharas chiquititas y en un plato puso dos pancitos de su marca preferida. Los tapó con las manos escondiendo su timidez última
- No los hice yo Luna. ¿Cómo está tu ojo? ¿Te creció un poquito? ¿Cuánto falta? ¿Duele que te crezca un ojo?
La luna mira.
- En el cole nos dijeron que ahí no hay viento. No importa si no tenés pestañas. Pero no me creen que te vi crecer los ojos. Ya conté siete ¿todos miran para este lado? ¿Por qué hace rato que tenés uno suelto? ¿No usas de a dos para ver cómo nosotros?
La luna mira.
Un grito envasado por este siglo de la psicología se oyó desde adentro.
- Estoy tomando el té, mamá. A esta hora ella toma el té y le está creciendo un ojo! No tengo frío! Ya entro. Vos cuándo estás tomando el té no te levantas por nada. Ya entro.
Bajó de la silla obedeciendo a los conejos.
- Te dejo el té y te miro por la ventana luna. No lluevas hasta mañana. ¿La noche que no te vi, no te habrán sacado uno? Y se fue para adentro.
Y la luna mira lo que ve en los contornos de una sola escapatoria.
Mercedes Sáenz

jueves, 26 de agosto de 2010

POEMA DE MIRARTE

POEMA DE MIRARTE 

 El vino busca en la boca inclinada un beso de vidrio color ébano.
 no recuerda el verso 
confunde las lunas
los pies no alcanzan la rueca. 
la ira no es ya tormenta brutal queriendo verse cómo el hombre que –yo- sigo viendo.
un estilete blando marcó los hilos en el tapiz de su cara 
dibujó su tierra 
en dónde palidecen sus dioses oscuros 
en una blancura desmedida. 
Será su último día. 
No existirá mañana. 
Y yo lo miro… 
tiemblo, también en mi copa -creo que quiso mirar allí sus propios latidos- 
me pidió que no lo toque hasta que la muerte lo toque primero. 

 Mercedes Sáenz

domingo, 31 de enero de 2010

ESA VOZ SILENCIOSA






ESA VOZ SILENCIOSA



Quedó a un costado. La línea de su dibujo pareció no haber cambiado cuando llegó conteniendo algunos troncos apretados. Limitaba el espacio con algo de prepotencia. Los pedazos de quebracho colorado, sueltos en su interior, muertos antes de morir de nuevo queriendo escapar seguramente. Mis manos los atrapan, ¿los liberaban? para convertirlos en fuego.
Me miró en silencio largo rato y nunca entendí porque esa debilidad de láminas cruzadas de madera con alambre tenían por un segundo algo parecido a mi piedad. Lo llevé al fondo de las penitencias, al último cuarto dónde queda en suspenso cualquier destino de objetos que parecen inciertos. Ese lugar hace que el imprevisto de algún día les de la posibilidad de convertirlos en un instrumento oportuno o útil.
Intruso en la oscuridad. Los débiles y la fuerza gravitan tanto en cualquier pedazo del día. Lo paré delante de mi esperando en el absurdo un respuesta ante esa fuerza insostenible, casi vanidosa de ostentar fragilidad.
Era un simple cajón de madera, tumba rodante de miserias, corral de basuras, esqueleto portador de alguna necesidad. Y yo tenía el fuego prendido. Y ese mismo fuego que no postergó la paciencia del hombre para aprender, que se hace tibio o arrasador. El mismo que convertía en santos a los pensadores en una parte de la tierra. Hombres y mujeres de fuego devorados por los palos encendidos. El fuego que cuando se tiene en el pecho gravita en cualquier parte del día. Y lo abracé. Lo barnicé de capas color tierra para que nunca muera. Y me mira, vacío, sin comprender.
Mercedes Sáenz